20061027

Tu herida

Un meteorito se estrelló contra tu cabeza, rayos de colores salieron de tu frente. Abracé tu cabeza desbordada, tus manos trataban de atrapar los colores que corrían hacia el patio.

Los colores estaban furiosos y en cada uno se podía ver el reflejo de partes de tu cuerpo. Morada la nariz, verdes tus manos, roja la frente, amarillo tu estómago y azul tu pelo. La furia era como la tuya, una furia alegre, inocente y rápida. Amé cada color y cada furia porque me mostraron tu pasado y tu futuro.
Un cirujano puso fin al arcoiris que se escapaba por tu cabeza. El cirujano lo hizo rápido, los colores no nublaron su vista. El cirujano cerró con hilo negro cualquier posibilidad de escape... de los colores, pero no de la furia.
Ahora te miro durmiendo... un sueño de furia seguramente. Qué ganas de dormir a tu lado, de estar a tu altura y poder destruir autos, edificios, fotografías, frascos y televisores.
Respiras con fuerza y tu cicatriz de hilo negro palpita con furia contagiada, mientras se llena de colores que pasado mañana sangrarán un poco.

20061014


Son tres”, le repito. Me queda mirando con los ojos a medio cerrar y un bostezo que apenas se dibuja. Insisto en mis explicaciones: sobre los planetas, sobre mis pelos, sobre las compras en el supermercado, sobre lo que sucede cuando se me llena la cabeza de erizos de mar. Ella no hace más que seguir con sus ojos a medio cerrar, pero ya no bosteza.

“Adentro hay una lentitud exacta de gota de agua cayendo de tanto en tanto”… y ella, con su medio ojo derecho y su medio ojo izquierdo, solo ve la gota convertida en charco.

Ella se sienta, ella pasa todo el día sentada y, de vez en cuando, atiende al gesto de mi mano. Gira su cabeza y escucha. Yo la quisiera alegre, pero no es algo que pueda explicarle. Yo la quisiera inocente, invariable, acostumbrada, reconfortada.

“Son tres”, le repito. Ella permanece inmutable en su rutina par.