“Las cenizas del mundo difunto trajinadas de acá para allá por los crudos y transitorios vientos en el vacío. Llevadas, esparcidas y llevadas de nuevo. Todo desencajado de su apuntalamiento. Sin soporte en el viento cinéreo. Sostenido por una respiración, temblorosa y breve. Ojalá mi corazón fuese de piedra.”
“Algunas cosas las olvidas, ¿no?
Sí. Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar.”
(Padre e hijo. La carretera. C. McCarthy.)
Duermo oreja contra oreja, contra el silencio de la ceniza cayendo,
contra las costillas de niño y su respiración de findemundo.
Despierto abrazándote. Caen costras duras de esperanza y de un siempre que dura demasiado poco.
Cuando todos los árboles se hayan quemado, dios será mi hijo.
Temo a no haber desaparecido a tiempo y tempero los últimos suspiros, la disciplina del amor.
Despierto con un hombre apunto de asesinarme. Tanta obra desesperada y la posada oscuridad de lo que estoy pensando.
Cuando no haya pies, la carretera permanecerá.
Quemo un pez de papel, la vista gorda y el momento en el que todo cambió.
Despierto con una muñeca entre las piernas. El atardecer de todos los dolores y todos los recuerdos y todos los abrazos.
Findemundo, findemundo.