20080810


Muero de insignificante enfermedad. Busco jarabe debajo de las piedras, encuentro un premeditado bostezo.

Desmayo a medio camino y palpito con velocidad de aceite quemado. Ojos a medias y boca pálida, una sombra besa mis brazos y respira el laurel de mi costado. Sombra y laurel, todos mis amores recompuestos y mi boca llena de cal.


Preferiría mañana de domingo, pero muero de insignificante enfermedad. Pelo callado, rodillas sin gracia, pecho echando raíz. Una sombra acomoda mi simpatía en una caja de zapatos, ahí va.


Se me mueren los susurros y las sonrisas. Se me mueren las ollas y los martillos… esta insignificante enfermedad.


Muero en la esquina del jardín, en el ascensor y en la última puerta. No hay sabor que me traiga de vuelta ni espuma que entibie mis deseos.




¡Que viva la mujer que vive en un huevo! Yo me quedo a morir el día.

3 comentarios:

matlop dijo...

El grado supremo de la medicina
es el amor

HE PARIDO UN HUEVO ROJO

Paz Tyche dijo...

¡Que viva la mujer que vive en un huevo! Yo me quedo a morir el día.

fidelio dijo...

muchas cosas se encuentran debajo de las piedras... a veces la muerte, y cómo llegó hasta ahí no deja de ser más que un detalle.