20060123

He visto un accidente, mucha sangre, muchas piernas y mucho por debajo de mis pies. Yo no lo preparé, pero la sangre me recordó tu nariz (que es lo que más aprecio de tu figura). Siempre hay viejos barriendo la calle, pero ninguno de ellos fue tan preciso como aquel infortunado. Es curioso ver cómo lo calculó todo: las grietas de sus huesos, los pliegues de la piel sin carne, los músculos amarillos y la sangre hecha masa en la cuneta; todo dispuesto de manera exacta para el recuerdo, todo elaborado para producir una sensación de parálisis, síntesis y fotografía. Fui víctima de un barrendero. Hacía ya mucho tiempo que no me ejercitaba pensando en tu boca rasguñada, pero hoy la he visto.
El viejo quedó tirado en la calle, bajo un puente. Sus piernas estaban torcidas y una línea de sangre corría desde la cuneta. Respira rápido, puedo mirarle la cara. Es en ese momento cuando arremete con su plan. Voltea los ojos y, aunque el viento es extenso, puedo escuchar perfectamente lo que dice enroscando la lengua: "eres hija de regocijo y placer, hoy tropezarás con un monstruo incompleto". En el momento el mensaje no pudo ser comprendido, pero dado lo impecable del plan, las astillas que saltan rojas de sus huesos completaron su proyecto. Fue forzosa la imagen de tu nariz, tu estado de condensación y las miles de líneas punteadas que se extienden desde tus dedos a mi pecho. Creí que eras tú disfrazado de delantal oscuro, que barrías la calle esperando que aterrizaran más prolíficas costumbres... cuando es necesario, reconozco la ansiedad.
Compulsiones las hay de todos los tamaños, pero ésta parece algo ingenua en su extensión >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>
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El suero fue inyectado en el momento en que pronunciaba(s): incompleto. Pensé entonces que tenías miedo de encontrar en mi garganta algún pedazo de uña imantada que como aguja perforaría las cuevas que expusieras al día, arrancando cada poro de tu benevolente perversión. Río porque tiemblas y abres la boca (como siempre haces cuando te sorprendes), porque piensas que vas a morir y nunca habrás culminado tu plan. Por respeto, cae una lágrima. El viejo mueve el estómago como si también riera. Con mayor exactitud puedo confirmar que sus piernas han sido cortadas, ambas están giradas hacia el lado derecho (estoy siendo muy fiel en esto) y, cuando tratan de levantarlo, caen por el peso de los zapatos. Sé entonces que no eres tú, jamás usarías zapatos de tal densidad.
Pero el plan del viejo es efectivo, me convence y desmiente, te coloca en el espacio investido de candor. Tal imagen funciona como contrapeso de tanta congoja.
Es curioso, sacrificarse por el recuerdo ajeno, quebrarse las piernas para que no pueda más que -inevitablemente- escribir esto.
Deteniendo el proceso intelectual, se escucha la orden que dirige mis piernas: hacia la casa de pablo. Desde ahora sólo habrá invención.
No deseo hacer evidente mi perfidia, en la superficie sólo hay buenos deseos, saber si comes y qué comes.
Si es posible y apetecible, donde siempre.

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