20060123

pestaña celestial

Pensaremos entonces que hemos parido un ángel,
un pequeño insecto transparente que, desde partículas de oxígeno,
nos odiará.
Debemos reconocer que las uñas nos hacen miserables, pero desde nuestras órbitas podremos levantar la mirada y ver nuestra pequeña pestaña eternamente flotando en el líquido, lejos del fermento de los huesos.
Es una porción que se nos alza. Tenemos, como todos, la sangre por el barro, pero -como cosa única- también por la luz.

1 comentario:

piteate un cuico dijo...

KI GUÁ

Dedicado a María Elisa de Papua y Susana Mendive



















































-Adrián ¿llamaste a la Marianela?
-Sí, hace rato, ¿y tú a la Susan?
-Quedamos ayer de acuerdo.
-Bacán.
Teníamos todo listo: las locas y el billete.
Me puse el bluyín nuevo, me tiré after chei a cagarse, y como no tenía desodorante, me tuve que echar la güeaita en los sobacos y las bolas por si saltaba la liebre. Con las loquillas quedamos de juntarnos en la estación Baquedano. Yo llevaba la plata, porque el Adri es terrible’ güeón y siempre la anda perdiendo como malo de la cabeza.
A las nueve en punto estábamos con mi brader sentados en las escaleras de la estación esperando que las princesas llegaran. Medio nervioso, a mí me transpiraban las manos, pero me las pasaba por las mechas para que no se pararan tanto, así quedaba como con gel y me acomodaba los pelos. El Adri miraba desquiciado a cada mina rica que veía pasar y les tiraba el churro degenerado: “se la chuparía toda cosita”, “quién juera donasé pa’ lamerle la pepa” y otras ordinarieces. Las gallas ni nos pescaban.
La Susan y la Marianela son súper lindas y decentes, se nota que son limpiecitas, uno se da cuenta altiro de las cochinas, incluso las mijitas estudian en la universidad algo relacionado con la mente, así como que le trabajan a la cabeza.
Las conocimos hace un mes en la población. Eran parte de un grupo de estudiantes que fueron a trabajar con los cabros chicos, en toda la onda despiojarlos y revisarles las teclas. Ese día con el Adri andábamos vagando pulento y ellas estaban atendiendo a un primito mío, el Keimy, y el loco chico se notaba más que contento. Cuando vi a la Susan jugar con él y decirle cositas que lo hacían reír, me encantó.
Yo no me quería acercar, pero el cabro chico del Keimy me apuntó con la mano y saludó a su hermoso tío, entonces ella misma se arrimó para mi lado, bien amistosa, y se presentó.
Hablamos harto rato, y con el nerviosismo me puse entero güeón, porque no estaba acostumbrado a hablar así como así con chiquillas tan lindas. Ella fue súper normal y no le importaba todo lo linda que era, como que no se daba cuenta de eso.
Después llegó su amiga, su mejor amiga: la Marianela, que también era bonita, pero nunca tanto como la Susan. Charlamos harto rato.
Ellas hacían preguntas sobre nuestras vidas y nosotros métale respondiendo, y como estudiaban la mente nos largamos a hablar de eso. Con el Adri les explicábamos que los locos de la villa no tenían mente, que no cachaban muchas cosas y le chuteaban pulento a la pasta, que a las finales les quedaba el cerebro como queso por tanto vicio. Ellas nos preguntaron por drogas, les dijimos que no pasaba nada con nosotros, que no le hacíamos, que la pasta era lo peor, un güirito siempre es más sano.
Luego nos invitaron a servirnos unas pilsen a un boliche que hay por el barrio y ahí seguimos la conversa hasta que se hizo tarde. Les dijimos que mejor se fueran a la casa porque la población se ponía media pelúa de noche, y así que las fuimos a dejar bien lejos para que tomaran una micro con gente y no vacía. Dieron teléfonos y nos hicieron rejurar que las llamaríamos para seguir con la conversa.
Con el Adri habíamos quedado flor de enamorados de las tremendas mujeres.
En la noche me tuve que hacer una paja para dormir en paz.
Soñé, una y otra vez soñé con la mina. En sueños la veía más linda que al mismo cielo y ella me repetía te amo Fabi, te amo Fabi, y yo me ponía como un desquiciado de puro amor, y la agarraba, y ella me hacía cariñitos totalmente loca por mí y después le sacaba la casaca y le daba besos en la guata y ella me decía sigue papito y ahí me despertaba, siempre me despertaba cuando le besaba tan apasionadamente su guatita.
Ahí no más, soñando y a pura paja.
Gasté demasiadas monedas llamándola y nunca estaba, siempre en la universidad o en reuniones. En su casa me trataban súper. -Aló, me puede dar con Susan por fa -No mijito, no se encuentra en este instante, si quiere le deja un mensaje. -Dígale que la llamó el Fabi y que la llamo más rato; pero como siempre andaba con las monedas justas no volvía a hacerlo, pero insistí hasta que un día la pillé temprano y hablamos, me dijo qué sorpresa, qué gusto y un montón de cosas más, y nos quedamos de juntar en el metro con su Marianela y mi Adri.
Media hora esperando a las lindas. Yo no cachaba mucho el Barrio Bellavista, sabía que se llenaba de giles y el carrete era pesado. Le conté a un loco, que mueve coca los viernes y sábados, que no sabía dónde ir, que las minas eran educadas y limpiecitas, y tenía que quedar bien. El loco -que es re movido-, me dijo: -Fabi, si queríh sorprender llévalas a La Blusera, es un lugar bacán. Les comprai un combinado y quedai como rey. Tocan música en vivo, blues, que es como mezcla entre los dis peiper y los eisidicí, pero mejor. Es música de chicos malos.
La Blusera. Blues. Chicos malos. Dis peiper, eisidicí. Pa pa pá. Ki guá.
No sabía dónde chucha quedaba. Un par de veces había ido a Los Ladridos y párele contar. Los demás carretes siempre habían sido cerca del tugurio. El loco me dio una dirección y tuve que buscar en la guía de teléfonos para entender la maraña de calles.
Llegan las minas. Una vivía por Ñuñoa y la otra, mi bella Susan, en el centro.
Estaba más linda que el sol, con esa sonrisa preciosa, sin una gota de pintura y no como las locas maracas que andan todas embetunadas y a uno se le llega a resbalar la mano con tanta grasa.
-¿Cómo están las mentes? -pregunta Marianela.
-Ahí no máh, bacán -exclama el Adri.
Les dijimos que iríamos a La Blusera, un lugar donde tocaban blues en vivo. Ellas encantadas dijeron que iban donde nosotros quisiéramos. Pulentas y mansitas como yeguas.
Partimos. Yo, haciéndome el güeón por las calles, miraba los letreros para ubicarme y no pasar por tarado. Ellas cuchicheaban secretos muy felices de la vida.
Llegamos, y gracias al de arriba le achunto a la primera.
En la puerta un tipo gigante con cara de pato malo, típico guardia, nos mira feo. Me molesto, enfrentándolo -¿oye quí te pasa, si venimoh a consumir?
Le trabajo el rostro y entramos bien sueltos de cuerpos, pagando luca y media. Adentro los giles nos miran con las medias mujeres y como que se sorprenden de algo que no entiendo. Ellas ríen de cosas que murmuran: eso tampoco lo entiendo.
Sale un grupo a tocar los famosos blues. Hacen muecas de calientes concentrados, pero no se entiende ni una mierda lo que cantan. Las princesas felices mueven los pies al ritmo.
Tenemos que hablar a gritos ya, que la güeá de música suena tan fuerte que ni deja escuchar. Para mis adentros pienso que no hay como las cumbitas, son movidas, alegres e igual se pincha. En cambio con los blues, todos se creen más malos y nada, es decir no hay ni uno picado a choro, puros giles con cara de giles, o sea, enteros giles.
-¿Qué se van a servir? -pregunto a las princesas cuando el mozo deja la carta encima.
-Una primavera -escoge Marianela.
-Yo una caipiriña -susurra mi amor.
-Nosotros unas piscolitas -sentencia el Adri.
Susan comienza a charlar.
-Saben, para nosotras es súper rico salir con ustedes. No pensamos nunca que nos llamarían.
-Si, pero cuando se promete, se cumple -les digo- no ven que uno es honesto afirmo seguro de mis valores.
-Está bien eso -corroboran.
Ellas hacen preguntas. Muchas y muchas preguntas y yo miro con cara de güeón enamorado a los ojos de mi amor. Es que es tan linda -pienso, baboseando mi callampa de admiración.
Sale el tema de la mente.
A nosotros siempre nos había interesado el temita: es tan apasionado. Incluso con el Adri habíamos ahorrado para comprar todos los meses unas revistas de autoayuda y superación personal donde decían todo acerca de la mente. Los otros amigotes nos miraban con respeto porque a las finales cachábamos caleta del tema y siempre nos juntábamos a vagar y charlar del asunto, pero las princesas de verdad sabían y decían una cantidad de güeás increíbles que ni teníamos idea, pero que a las finales igual eran interesantes.
Después de mucho hablar y echarle hielo y coca cola a los combinados, Susan dijo:
-Saben, de verdad pienso que ustedes son diferentes, no sé, dicen cosas muy lindas, claro, sabemos que les ha costado más que al resto y no pudieron estudiar, pero eso no importa ahora, lo importante es la poesía.
En tanto, y gracias a los dioses, a mi amigo se le había prendido lo vivo, y como los tragos eran tan caros, tuvo que avisparse y partir a comprar una botella de pisco y pasarla encaletada. Ellas lo encontraron recontra ingenioso. Nosotros lo encontramos absolutamente necesario: nos quedaban unas lucas para devolvernos a las covachas.
Pedimos unas cocas y unas esprait.
Entre lo importante que era la poesía -como decía Susan- y el copete, todo lo fuimos hallando más bello. Hasta el blues lo empecé a escuchar y lo encontré encachado y movía mis pies como mi amorcito.
Cómo me gustaría darle unos besitos en la guata -pensaba-, sería bacán.
-Ése poeta -gritó mi brader Adrián.
-Escribamos poesía entonces -invitó decidida la princesa.
La idea era la siguiente: uno escribía algo en una servilleta y después le tocaba al otro. Yo antes había escrito poesía pero me daba vergüenza hacerlo en público.
A las finales todos nos pusimos a escribir, igual.
Le puse güendy:
“Toos miran rraro
en rrealidá no todos miran raro
pero es vello
tus ojos son onestos
ciempre fueron onestos
y la onestidá es vella
yo amo lo vello
solo heso
naa má”

Le toca el turno a mi amorcito.
“Complicado en realidad
es mirar la vida pasar
desde las pecas es poco
lo que se puede apreciar”

El Adrián sorprende.
“Si lo piensas vien
yo qiero ser la estreya
en rrealidá soi la trampa
¡lo e confesao!
la trampa es la bajina
sin hescape
desde aqí
nunca má”

La Marianela se pasa.
“Los besos nunca han construido mausoleos
estoy demasiado romántica para hablar de besos
con dolor, de todo lo pasado.
Es siempre la manera que se escurre entre mis uñas
que me tiene casi enferma
que me pide un poco de luz apacible
y si siempre es lo supremo
y si siempre es el vagabundo
se piensa en Apocalipsis
yo te amo
pero el fin me amarra
yo siempre lo he dicho
el fin nunca superará los medios”

Nos pusimos a hablar enteros locos, como gallinas que recién se conocen. Charlamos y escribimos en cuanta servilleta encontramos. Un poco mareados, la conversa se volvió honesta y sin censura. Hablamos de la vida y a mí como que se me andaba saliendo la vida por todos lados. Miraba a mi princesa y cada vez la encontraba más bella. Sentí que lentamente el pisco me refregaba el mate. Era tan linda que me dolía tener tan poca educación para alguna vez salir con ella a servirnos un café en algún lugar bonito, donde va toda la juventud de este país culiao. Ella hablaba, sonreía, preguntaba, miraba, coqueteaba y respondía..., y era tan rica.
Se nos habian acabado las bebidas, así que pedimos más porsiaca se ponía cachudos los que atendían las mesas.
Era tarde y dentro del tanto barullo y copete, estábamos bastante cocidos y con carita feliz. La Marianela me comentó que estaba súper curá y comenzó con un ataque de risa tan contagiosa que todos comenzamos a reír como gorilas mariguaneados. Les dije que mejor nos fuéramos a otra parte, a caminar por el forestal o a güeiar a la calle y llamé al mozo que al ratito volvió con la cuenta. Le pagué y salimos muy muertos de borrachos y ebrios de felicidad.
-Hace tiempo que no lo pasaba tan bacán -sentencia Adrián.
-Yo estoy tan feliz -murmura Marianela.
-Yo estoy preocupada, estoy muy preocupada -repite Susan arrugando el ceño.
-¿Qué pasa? -pregunto.
-Es que es re tarde y se me perdió la plata del taxi, no sé, la tenía en el chorito y ahora no lo encuentro.
-¡Se le perdió el chorito otra vez! -grita muerta de la risa su amiga. -¡Ja ja ja!, se le pasa perdiendo el choro a la Susan.
-No seas pesada Marianela. No le hagan caso, cuando está curá se pone así -sentencia mi amor con su ojitos serios.
Con el Adrián no sabemos si reír o silenciarnos.
-No se preocupen, losotroh las vamoh a dejar en taxi -invito.
Adrián mira asustado. Yo me hago el güeón insistiendo -pero si losotros invitamos, losotros las vamos a dejar, ¿cierto Adrián?
-Cieeerto -asume el flojo culiao, abriendo las pepas.
Paro un taxi. La Susan le dice, por Vicuña, Irarrázaval hasta yor guachinton.
El taxi despega veloz. Yo voy adelante ocupado en que no nos hagan lesos con la tarifa. Llegamos en un rato y pago.
-Tan caro -cuestiono sorprendido antes de bajar.
-Tarifa de noche señor -responde el tipo, seco, pesado, mecánicamente.
La Susan vive en una casa gigantesca. En la reja la loquita se registra los bolsillos y saca sus llaves.
-Fue súper rico salir con ustedes.
-Para losotroh también -digo a nombre de ambos.
Dan las gracias.
Nos despedimos de besos. Ella me da uno como en cámara lenta, cerca en la comisura. Quedo loco. Nos miramos unos segundos. El Adrián abraza a la Marianela y se quedan pegados, en la dura, meta besos. Da pena terminar la jornada. Ella, insegura, propone otra reunión. -Quizás -le susurro con desconsuelo- quizás.
Entran. Con el Adrián quedamos tirados en Plaza Ñuñoa, tiritando de frío. Es invierno y de noche. El invierno y la noche no perdonan. Los negocios están cerrados y casi no transita gente. Vamos al paradero de micro a esperar el milagro. Un furgón de pacos se detiene, se bajan con metracas, linternas y el ceño fruncido. Control de rutina. Mostramos el carné y se largan a otro lugar.
A lo lejos se divisa una micro.
-¿Cuánta plata te que’a güeón? -pregunta el Adrián.
-Docientoh; le decimoh que nos lle’e por dos gambah.
Para la máquina. Se abre la puerta. Me asomo a la escalera.
-¿Tío nos lle’a por doh gambah hasta Plaza Italia?
El conductor nos mira con desconfianza. Hace un gesto con el rostro, gruñe accediendo de mala gana. Le damos las gracias. Bajamos en Plaza Italia.
-¿Y ahora qué? -interroga mi socio.
-A la casa y a patita.
Comenzamos a caminar. La Pincoya queda lejos, bien lejos, pero qué se iba a hacer, las minitas la valen. Nadie nos manda. El amor es terrible’ triste. Los carretes no siempre son fáciles ni las historias felices. Siento tristeza. Hace frío, seguramente me voy a resfriar. Me sueno con los dedos, tiro los mocos al piso. El Adri enciende un pucho. Es tan triste. Ki Guá.